domingo, 7 de febrero de 2010

para la niña que hay en mi (2ª parte)



Cuando cruzaron el pueblo y enfilaron el camino hacia el castillo, que discurría por en medio de los bosques y riachuelos que lo rodeaban, la muchacha no dejaba de observar con sus grandes ojos todo cuanto veía. Ella había nacido y vivido en su pequeño pueblo y nunca había visto unos bosques tan grandes ni de árboles tan frondosos, y por eso, estaba admirada de todo cuanto discurría a su alrededor.


Tras una revuelta del camino, se abrió un claro en los árboles del bosque, y al fin pudieron divisar el castillo. Si el paisaje hasta ahora, le había parecido algo maravilloso, lo que vieron sus ojos al desaparecer el follaje le pareció majestuoso.
Parecía un castillo como los de los cuentos de hadas que le contaba su madre siendo ella niña.

¿Como podía haber alguien viviendo en un sitio así?

¡Eso debía ser maravilloso!!!

Cuando llegaron a las puertas del castillo, aún no había conseguido salir de su estupor.

Allí a la puerta estaban todos los criados, con sus mejores galas, colocados en fila y esperando la llegada de alguien.

¿No sería por ella todo aquel tinglado? . . .

. . . menuda vergüenza ¡¡¡ por Dios !!!

Cuando al fin se pudo zafar de todo aquel "pa-ri-pe" sus mejillas estaban encendidas y solo deseaba refugiarse en su habitación tranquila. Pero sabía que hubiera sido de muy mala educación, el no ir a saludar a su tio . Así que hizo gala de su mejor sonrisa, y se dispuso a acompañar al criado.



Después de todo no había ido tan mal. Ya estaba instalada en su nueva casa, conocía las normas de su tío, los horarios de comidas y un montón de cosas más que le habían ido rezongando entre unos y otros. Ahora por fin parecía que la iban a dejar un rato tranquila. Y que se iba a poder dedicar a lo que a ella más le gustaba.

¡¡¡¡EXPLORAR!!!!



Eran las cuatro de la tarde y, si no recordaba mal en aquella casa, la cena se servía a las ocho y media. Así que tenía cuatro horas y media para dedicarse a visitar los alrededores del castillo en busca de las más intrepidas aventuras. Y esos bosques tan maravillosos que había descubierto, mientras se acercaban al castillo, seguro que estarían llenos de secretos y de seres fantásticos.



Cogió su mochila y metió dentro una linterna, un cuaderno y una libreta, unas galletas (por si le daba hambre) y un poco de limonada, la chaquetilla (por si luego refrescaba) y su estrellita brillante (que era su talisman). Y cuando ya iba a salir dió un estirón a Luna, que estaba encima de la cama, y se la llevo también con ella. Luna era un perrito de peluche que le regalaron sus papás cuando cumplió tres años, y que nunca se había separado de ella, y por eso decidió que la acompañara también al castillo.



Toda pertrechada con sus tesoros, salió por la puerta del servicio para que no la viera nadie, y sigilosamente se perdió por el sendero del bosque en busca de las más
trepidantes aventuras . . .



. . . continuara