miércoles, 9 de diciembre de 2009

aprendiendo de las experiencias

Si a algo de verdad le temo, es a esta cabecita mia que no para de pensar. Siempre buscandole catorce pies al gato.
¿Que si soy rara? Mirar en que elucubraciones me meto.





En una tarde de Diciembre y en un triste comedor de una, aún más triste, residencia de ancianos; se encuentra un señor de unos ochenta y tantos años, sentado en su silla frente a una mesa, silencioso y cabizbajo. No tiene amigos y los que allí le conocen diran que es más bien un hombre huraño. Aunque solo son las ocho de la noche pero ya ha oscurecido hace mucho rato y están terminando de cenar, aunque él no ha comido demasiado.
Conforme van acabando las auxiliares ayudan a los residentes a ir a sus habitaciones y poco a poco, los van acostando. El, se queda sentado, y ni siquiera las está mirando. Está como ausente, mirada perdida, que extraños recuerdos estará evocando.
Cuando ya no queda nadie más en el comedor, se acerca una de las muchachas y le llama por su nombre:
- ¡Emilio! ¿Que usted no se acuesta?
- Ahora enseguida voy, no se preocupe -responde él
La misma cantinela de todos los dias. Y pasará una hora, pasarán dos, al final habrá que llevarlo a la habitación a regañadientes, se quedará sentado en un sillón sin acostarse...
Y últimamente hay que ver lo hinchados que tiene los pies y las bolsas debajo de los ojos. Y que hacer con él si no hace caso ni a la de tres.
- ¡No Emilio, no! ¡a mi no me engaña! vamos que ya me conozco yo la canción... ¡que nos conocemos de años!
Él la mira y pone cara de........
.........y a ti que te importa.
- Pero no ve que lo hago por su bien al paso que va no dura cuatro dias.
Vuelve a mirarla........
.........pues eso quiero yo rica.
Y entonces ella reflexiona y cae en la cuenta. Cuando ingreso esté hombre lo trajeron los de servicios sociales. Era un indigente que durante muchisimos años vivió en la calle. Estuvo incluso en la cárcel por alguna que otra bronca que tuvo. Y cuando se hizo lo suficiente mayor como para que a la sociedad, le entrara cargo de conciencia de verlo tirado por los bancos de algun que otro parque, o de que los vecinos se quejaran de que daba mala imagen y molestaba por el barrio, le tramitaron una pensión no contributiva y le llevaron a una residencia pública. Y que buenos que somos todos y que desagradecido es el hijo de pu... que no se adapta.
Y en un arranque de sensibilidad la muchacha le preguntó
- Vamos a ver Emilio ¿eres feliz aqui?
-No
-¿Te sientes contento porque tienes todos los dias tu plato de comida caliente que llevarte a la boca?
-No
-¿Porque tienes un techo donde refugiarte del frio y de la lluvia?
-No
-¿Preferirias estar ahora en un banco tapado con cartones con el frio que hace?
- Yo no tendria frio, porque ya me sabría yo buscar la vida como he hecho siempre, pero tendria mi libertad, que aqui me la han robado.
-Pero eres mayor y estas enfermo y tal vez ya habrías muerto.
-No importa, aquí me siento muerto desde que llegue.




Y que derecho tenemos ha decidir por los demás. Si la mayor parte de su vida transcurrió siendo mendigo, porque le gustaba serlo o porque las circunstancias le obligaron. Ahora, al final de sus dias y en contra de su voluntad, tiene que doblegarse y vivir institucionalizado. Puta sociedad. ¿Hasta que punto tenemos razón? o ¿a partir de donde nos equivocamos?


Y aquí el quid de la cuestión, ¿tenemos razón? o ¿nos equivocamos?

Disertaciones de una
CCAASSII LLOOCCAA